Por Luis Zuta Dávila
La historia del antiguo Perú solo ha podido ser escrita gracias al invalorable aporte de la arqueología. Y son varios los hitos marcados por trascendentales hallazgos acontecidos entre los siglos XX y XXI que han permitido forjar una cronología que brinda las claves del desarrollo civilizatorio peruano.
Al celebrarse el Día del Arqueólogo Peruano, hoy jueves 11 de abril, repasemos cuáles son los descubrimientos más notables que han establecido el derrotero del conocimiento sobre la génesis y desarrollo cultural en el Perú prehispánico.
Chavín y Paracas, el primer hito de Julio C. Tello
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Los primeros hitos de la historia arqueológica peruana fueron establecidos por Julio César Tello, el “Padre de la Arqueología peruana”. Sus investigaciones y hallazgos en Chavín de Huántar (1919) y Paracas (1925) establecieron un hito en el conocimiento de las culturas prehispánicas y generaron un nuevo enfoque del proceso civilizatorio peruano.
Con las evidencias encontradas en las excavaciones y su posterior estudio científico, Tello elaboró la tesis del autoctonismo sobre los orígenes de las sociedades antiguas del Perú que refutó aquella plateada por su colega alemán Max Uhle, que sostenía una procedencia cultural desde México y Centroamérica.
El “Sabio de Huarochirí” también organizó y encabezó las excavaciones en los valles de los ríos Santa (Áncash) y Marañón (Cajamarca), exploró en Huánuco Viejo y Kotosh, así como en el valle de Urubamba (Cusco) y en diversas zonas arqueológicas de los departamentos de Arequipa, Lima y Puno.
Destacado médico, arqueólogo, antropólogo y docente sanmarquino, Tello creó e impulsó también el Museo de Arqueología, Antropología e Historia del Perú que concentró todas las colecciones arqueológicas de entonces en la ciudad de Lima y reunió el material recogido a lo largo de tres décadas de investigación arqueológica.
Cultura Chachapoya, el notable aporte de Federico Kauffman
Lo que hoy sabemos de la extraordinaria civilización Chachapoya, surgida y desarrollada en el departamento de Amazonas, en la ceja de selva peruana, se debe al notable estudio de Federico Kauffmann Doig, antropólogo, arqueólogo e historiador con grandes aportes al estudio de las civilizaciones del antiguo Perú.
Sus investigaciones han permitido conocer importantes testimonios de esta civilización, tales como los mausoleos de Revash (provincia de Luya) y Los Pinchudos (Pajatén); las momias de Leymebamba o de la Laguna de los Cóndores (hoy Laguna de las Momias), los sarcófagos de Karajía, las pinturas murales de San Antonio, entre otros vestigios culturales.
Kauffmann Doig realizó también varias expediciones arqueológicas llamadas “Expediciones Antisuyo”, tanto en la cuenca del río Ucayali como en la del río Madre de Dios, en la selva peruana.
Asimismo, fue director del Proyecto Chavín y encargado de realizar un programa de investigaciones arqueológicas en el sitio de Chavín de Huántar.
La arqueología social de Luis Lumbreras
Graduado de bachiller y doctor en Etnología y Arqueología, Luis Guillermo Lumbreras Salcedo es reconocido por impregnar una nueva perspectiva a la arqueología con valiosos aportes, no solo en el aspecto descriptivo y analítico, sino también en el plano teórico de la definición de la arqueología peruana.
Como impulsor de la llamada Arqueología social, el profesor emérito planteó la teoría hologenista sobre el origen de la cultura en el Perú, que sostiene que en ella actuaron tanto elementos propios o autóctonos, como también foráneos.
Realizó trabajos de investigación en los Andes centrales, septentrionales y meridionales relacionados con el aprovechamiento económico de los pisos ecológicos por los antiguos peruanos.
La tumba del Señor de Sipán
El hallazgo de la tumba del Señor de Sipán, en 1987, es considerado uno de los acontecimientos arqueológicos más notables del siglo XX, solo comparado con la develación de la tumba del faraón egipcio Tutankamón, en 1922.
En febrero de 1987, el arqueólogo cajamarquino Walter Alva fue alertado por la policía del saqueo de una tumba de la civilización moche en la localidad de Sipán, cercana a la ciudad de Chiclayo. Dicho sitio arqueológico era conocido tradicionalmente como Huaca Rajada.
Alva y su equipo integrado, entre otros, por los arqueólogos Luis Chero Zurita y Susana Meneses, emprendieron en Huaca Rajada labores arqueológicas de rescate y notaron que, lo que quedaba de la tumba saqueada, evidenciaba una riqueza inusual en los entierros moche hasta entonces conocidos.
Lo que empezó como una campaña de arqueología de rescate se convirtió en un proyecto arqueológico permanente, al quedar claro que el sitio podría contener otras tumbas de estatus similar. En efecto, en ese y los años siguientes, se encontraron las tumbas intactas de dos reyes moche conocidos popularmente como El Señor de Sipán y El viejo Señor de Sipán, enterrados con sendos acompañantes.
A lo largo de más de 20 años de trabajo se han excavado arqueológicamente 16 tumbas de la nobleza moche. Entre los últimos hallazgos está la Tumba número 14, que pertenece a un sacerdote-guerrero, ataviado como el cuarto personaje de la escena de la presentación pintada en cerámica donde figuran las principales deidades moches. La Tumba número 15 (2008) y la Tumba número 16 (2009-2010) corresponden a nobles que vivieron en la etapa más temprana de Sipán.
Estos hallazgos -consideradas las tumbas más fastuosas halladas en el continente americano en tiempos modernos, por la calidad de las joyas y ornamentos que conforman el ajuar funerario- arrojaron nuevas luces sobre la organización de la sociedad moche y el rol de sus dirigentes, y captaron el interés del público internacional.
Alva ha sido, a su vez, un tenaz enemigo del tráfico de arte precolombino y promotor de la construcción de un museo para los hallazgos de Sipán, cruzada que culminó en 2002 con la inauguración del moderno Museo Tumbas Reales de Sipán, del que fue su director hasta el año 2021.
La Ciudad Sagrada de Caral
Este sitio arqueológico se encuentra en el valle de Supe, en la provincia de Barranca, región Lima. La Ciudad Sagrada de Caral es la manifestación más destacada de la Civilización Caral, la más antigua de América, debido a sus 5,000 años de antigüedad (3000-1900 a.C.), arquitectura monumental y desarrollo alcanzado por la sociedad que la edificó.
El sitio arqueológico ocupa un espacio aproximado de 68 hectáreas y está conformada por una zona nuclear con 32 edificios públicos y varios conjuntos residenciales, y dos zonas periféricas: una de ellas limita con el valle de Supe.
Antiguamente, en esta ciudad se realizaron actividades sociales, culturales y económicas en coordinación con las autoridades sociopolíticas de otros centros cercanos. La civilización a cargo creó vías de interacción interregional transversal y a larga distancia para intercambiar productos y bienes con sociedades de la costa, sierra y selva, en condiciones de paz, respetando las costumbres, ideologías e idiomas, y en completa armonía y respeto con la naturaleza.
La Ciudad Sagrada de Caral llama la atención por la monumentalidad de sus edificios piramidales, como el Edificio Piramidal Mayor, que tiene más de 29 metros de altura, ocupa más de 25 metros cuadrados y tiene una plaza circular hundida. Fue construida con plataformas superpuestas, hechas de piedras unidas con mortero de arcilla y grava. Sus salones y recintos los hicieron con quincha. Para los enlucidos y pintura aplicaron arcillas de diferentes colores: amarillo, blanco, rojo y beis.
Asimismo, en todos los depósitos constructivos pusieron “shicras”, bolsas hechas de fibra vegetal llenas de piedras de diferentes tamaños, que le dio sismorresistencia a todas sus edificaciones. Colocaron verticalmente piedras de grandes dimensiones en los muros de la fachada principal, en las esquinas de las plataformas y en las escaleras de la plaza circular.
Los trabajos de investigación en la Ciudad Sagrada de Caral, realizados desde 1994 por la arqueóloga Ruth Shady Solís, directora de la Zona Arqueológica Caral (ZAC), se fueron intensificando y lograron identificar, entre en el valle de Supe y Huaura, a 25 asentamientos que habrían conformado la Civilización Caral.
De estos 25 lugares, 12 están siendo investigados en la actualidad por el equipo multidisciplinario de la ZAC: la Ciudad Sagrada de Caral (Patrimonio Mundial); Áspero, ciudad pesquera; y Vichama, ciudad agropesquera de Végueta, Huaura, estos tres abiertos al público.
También en Chupacigarro, El Molino, Piedra Parada, Era de Pando, Miraya, Lurihuasi, Allpacoto, Pueblo Nuevo y Peñico, para poder comparar ciudades, pueblos y aldeas, y conocer el complejo sistema social que hizo posible el precoz desarrollo de la Civilización Caral y su desarrollo de conocimientos en ciencia y tecnología.
En 2009, este principal centro urbano de la Civilización Caral, la más antigua de América, ingresó a la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco, confirmando su valor universal excepcional que debe ser protegido para beneficio de la humanidad.
La tumba de la Señora de Cao
En el año 2004, un equipo de arqueólogos liderado por Régulo Franco, realizó el hallazgo de un contexto funerario peculiar: un conjunto de cinco tumbas de las cuales resaltaba la más grande y profunda, que contenía el fardo de un personaje muy importante de la élite moche, la Señora de Cao.
Sin duda se trata de un hecho absolutamente inusual en la arqueología peruana, debido al sexo biológico del personaje, la presencia de un fardo inalterado por cientos de años, su extraordinario estado de conservación, y la cantidad de objetos asociados a su muerte.
La tumba, que habría sido construida a partir de la muerte de la Señora hacia los siglos IV y V, fue hallada dentro de este espacio ceremonial decorado con representaciones estilizadas de elementos propios de la cosmovisión Moche.
El fardo funerario de la Señora de Cao estaba compuesto por tres fardos sucesivos. Todo el conjunto medía 181 centímetros de largo, 75 centímetros de ancho y 42 centímetros de grosor; y pesaba casi 120 kilos. Dentro de la tumba, el fardo de la Señora de Cao era acompañado por un individuo adolescente muerto por estrangulamiento, quien tuvo un tratamiento funerario mínimo en comparación al que recibió el cuerpo del personaje principal.
Las otras cuatro tumbas contenían a otros personajes. En la Tumba 1 se encontró a un personaje de élite denominado como Sacerdote Principal, debido a los ornamentos y otros objetos que fueron encontrados dentro de su fardo. Este se encontraba acompañado por un individuo adolescente muerto por estrangulamiento. Las tumbas 2 y 4 contenían a dos personajes varones sin mayores materiales y ofrendas. La tumba 5 presentaba material óseo de diversos individuos. Todas estas fosas se encuentran al pie del muro sur, profusamente decorado por representaciones esquemáticas.
Los estudios bioantropológicos permitieron conocer que la Señora de Cao murió cuando tenía aproximadamente 25 años y que su estatura era de 1,48 metros. Asimismo, el estudio de su cabello permitió conocer que consumía granos de maíz y productos marinos.
¿Pero quién fue esta mujer? Las insignias de poder que la acompañaban (coronas, diademas, porras, narigueras, orejeras) de haber sido usadas por el personaje, sugerirían su estatus de privilegiado en la composición jerárquica de la sociedad Moche del bajo Chicama.
Es sorprendente la similitud de sus insignias con las del personaje D de la llamada Ceremonia del Sacrificio, tema central de la iconografía Moche, que también es compartido con las evidencias provenientes de la tumba del Señor de Úcupe, del vecino valle de Jequetepeque.
En la secuencia narrativa de esta ceremonia, la sangre de los prisioneros ejecutados es ofrecida al más alto dignatario. La investigación arqueológica ha permitido identificar a estos personajes en sus propias tumbas: el personaje A, a quien le entregan la copa con sangre, corresponde a la posición ocupada por el Señor de Sipán; el personaje B corresponde al Sacerdote Búho, también enterrado en Sipán; el personaje C corresponde a una sacerdotisa cuya tumba fue descubierta en San José de Moro; y el personaje D, es comparado con el Señor de Úcupe y con la Señora de Cao. Se reconoce entonces su investidura semidivina y autoridad político-religiosa, sostiene el arqueólogo Régulo Franco.
La presencia de tatuajes en el cuerpo, con figuras de serpientes y arañas (ambos animales vinculados con la fertilidad de la tierra y el agua) y de otros elementos vinculados con lo mágico-religioso, sugieren que la Señora se dedicaba a actividades espirituales muy profundas asociadas al curanderismo.
Nuevos hitos
En este siglo XXI se vienen estableciendo más hitos en la cronología arqueológica peruana gracias al trabajo denodado e indesmayable de experimentados arqueólogos quienes vienen encontrando en nuevas excavaciones y análisis las piezas que faltaban en el enorme y complejo mosaico que explica el desarrollo civilizatorio y cultural del antiguo Perú.