¿Se siente desfallecer, pero no puede parar hasta lograr lo que se propone? ¿Cree que no puede permitirse descansar nunca? ¿Le es muy complicado encontrar el equilibrio entre dar lo mejor sin poner en riesgo su salud física y mental? ¿No sabe cómo salir de este círculo?
Simone Biles, la mundialmente famosa gimnasta estadounidense, siete veces campeona nacional, campeona olímpica en Río 2016 y cinco veces campeona del mundo podría darnos una pista.
Fuerte, talentosa, un sol que no deja de brillar donde compita, Biles ofreció recientemente un potente mensaje de lo que implica una vida exigida al extremo: se retiró de algunas pruebas de los Juegos Olímpicos de Tokio (Japón), el certamen deportivo más importante del planeta.
Salud mental
“Tengo que concentrarme en mi salud mental. Simplemente creo que la salud mental es más importante en los deportes en este momento. Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos, y no solo salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos”, sostuvo ante la prensa y por lo que ha sido elogiada en todo el mundo. Si ella pudo parar ¿por qué no podemos hacerlo también?
Para Estuardo Yacolca, director del Centro Peruano de Psicoterapia Integral, la exigencia aparece cuando excedemos los límites y capacidades que tenemos como seres humanos. Y cuando esa obligación parte de uno mismo entramos al terreno de la autoexigencia.
En entrevista con el programa Saludable Mente de Andina canal on line, explicó que hay una diversidad de mensajes ocultos detrás ese “no poder parar”: “Tengo que ser el mejor”, “si no soy el mejor, no voy a ser una buena persona o no voy a ser querido”, “para ser aceptado, reconocido, tengo que ser el mejor”, “si me equivoco, soy incompetente”, “no debo sentir miedo ante algún reto o desafío”, “el miedo es señal de debilidad, de cobardía”, “solo la gente débil siente miedo”, “no tengo permiso de cansarme”, “un verdadero exitoso nunca para, nunca se cansa”.
Estas frases que nos acompañan como parlantes internos que, por lo general, vienen de nuestro entorno más cercano: mamá, papá, abuelos, profesores, asesores, acompañantes, guías, tutores, el párroco y hasta de la maquinaria de venta masiva que trae consigo mensajes de ese calibre, que obedecemos sin dudar.
¿Cómo saber si me estoy exigiendo?
Para el experto, es risible que tengamos que preguntarnos cómo saber si nos estamos sobreexigiendo porque el cuerpo nos lo dirá, solo que no siempre le prestamos atención.
“El cuerpo no tendrá ningún reparo en decirme cuándo necesito parar o qué es lo que necesita. Me lo transmite a través de señales y sensaciones. En el peor de los casos, a través de síntomas”.
Así aparecerán dolores de cabeza, agotamiento crónico, gastritis, lumbalgia, problemas cervicales, insomnio, entre otros.
El cuerpo hablará y se quejará porque lo tratan como una máquina sin descanso. Y eso ocurre porque nos vemos como seres divididos: por un lado, mis metas, lo que quiero o lo que los demás dicen que debo conseguir. Y, por el otro lado, mi corporeidad, mi ser como un organismo con límites. “Cuando ambas cosas no están alineadas, el que paga todo es el cuerpo, que también soy yo”.
Para explicarlo mejor, describe la metáfora del jinete y el caballo. El jinete que quiere llegar a una meta sabe que debe cuidar al caballo para lograrla y, para ello, tienen que hacerlo descansar, tomar agua, comer y hasta brindarle algo de cariño.
“Si no me doy cuenta de eso, a la mitad del camino mi caballo colapsará, se romperá una pata o puede morir de inanición. El jinete y el caballo se necesitan mutuamente para lograr las cosas”.
¿Cómo llegamos hasta allí?
Por lo general, afirma el psicólogo, los mensajes de exigencia los recibimos cuando éramos muy pequeños y de personas muy importantes, como mamá o papá. Es así como “nos lo tragamos y lo ponemos en práctica de forma automática”.
Pueden ser también mensajes hereditarios, transmitidos como tradiciones: “esto es lo mejor para ti” “esto me lo enseñaron mis padres y me ha servido” “así tienes que ser”.
Otras veces se transmiten sin mediar palabra, con actos, cuando los padres trabajan duro a pesar del cansancio. El mensaje es “las cosas tienes que ganártelas con el sudor de tu frente”, “tienes que sufrir para luego disfrutar”.
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Generalmente estos mandatos se empiezan a refutar en la adolescencia, ante lo cual algunos padres o familiares buscarán frenar la rebelión con frases como: “este es la oveja negra de la familia”, “no pareces un García”, “tú no eres un Zevallos”, “pareces adoptado”.
Y así se puede dejar pasar la oportunidad de un cambio saludable para la familia y las generaciones posteriores.
El riesgo de la sobreexigencia radica en que esos hijos transmitirán esas mismas demandas cuando se conviertan en padres y lo harán sin darse cuenta, ya sea como recomendación o imposición.
¡Claro que se puede cambiar!
Estuardo Yacolca deja en claro que la disciplina y el esfuerzo no están mal y son aceptables cierto nivel de estrés, pero es fundamental prestar atención a las señales de nuestro cuerpo.
“Si el cuerpo dice aguanta, nos estamos excediendo un poco, tenemos que parar, hay que hacerlo. De lo contrario, seguiremos, llegaremos a la meta propuesta, pero con un cuerpo decadente, moribundo. No hay disfrute si no hay salud, si no hay vínculo con la gente, con la familia, con los amigos, con la pareja. Todo eso es parte de la salud”.
Ante la pregunta de si uno puede cambiar, incluso siendo ya adulto, la respuesta es un sí rotundo.
“¿Es posible que pueda mejorar mi calidad de vida? La sola pregunta está abriendo la posibilidad de un cambio. Posiblemente, no podremos solos y necesitaremos ayuda, una asesoría, acompañamiento, guía, orientación; alguien de confianza que puede ser un coach, un psicólogo, un guía espiritual o hasta un sacerdote, alguien en quien confiar para poder avanzar”.
Pidió entender que “la vida no acepta representantes, que soy yo el protagonista de mi vida. Si quiero algo me corresponde a mí lograrlo. Si lo consigo bien; de lo contrario, buscaré otras formas o aprenderé a despedirme de ese algo que no podré conseguir”.
Nada justifica que se busque a otros para alcanzar lo que yo no pudo. “Cuando le encargo mis metas, mis sueños a otro, le estoy encomendando que mutile parte de su vida en pro de completar lo que no pude hacer. Eso atenta contra la felicidad de este otro y peor si es alguien que se ama, como ocurre con los hijos, quienes seguramente estarán dispuestos a sacrificarse. Pero ese sacrificio tiene un costo muy alto: su infelicidad y la infelicidad que podría estar generándose para las futuras generaciones”.
En ocasiones, comentó, muchos pacientes padecen problemas de estrés debido a padres muy exigentes, sobre todo entre adolescentes, una población muy vulnerable que, si no es atendida, puede tener problema de ansiedad, depresión, adicciones o incluso llegar a autolesionarse.
El especialista recomendó encontrar caminos que nos permitan tener una vida más relajada, llevadera, con un entorno más saludable, conectado con la autorrealización que cada uno quiera para su vida, sin imponer sueños y metas a nadie.
“Debemos tomarnos siempre un tiempo para poder parar y escuchar a la persona más importante que puede existir en mi vida: yo. Y escucharme no es solo qué dice mi cabeza, es muy importante escuchar un aspecto que nunca miente y se llama cuerpo”, indicó Estuardo Yacolca.